“… el adulterio en la ficción televisiva no es, ya no suele ser, un asunto legal. Tampoco implica un juicio moral. Habla más bien de traiciones íntimas, de falta de confianza y de mentir, y, eso, la mentira, ya sea pública o privada, la mentira como símbolo, pasa de ser un asunto privado a un síntoma de la sociedad”.
http://www.lavanguardia.com/television/series/20131216/54396235575/la-infidelidad-en-el-aire.html
La Verdad es una de las virtudes a que más se alude o de la que más se visten las personas, Gobiernos, instituciones, ricos, pobres, nobles y villanos. Pero no necesariamente por ser la más aludida o la más pretendida, es la más practicada. Por el contrario, la gente se ha acostumbrado a mentir de la manera más natural. Las personas pueden decir algo y sencillamente no hacerlo; desde el más común “voy saliendo” o “sí, voy”, en circunstancias de que no va saliendo y llegará mucho más tarde de lo prometido o sencillamente no irá, hasta las promesas de las campañas políticas o compromisos que no se cumplen. O se cumplen de tal manera que dejan una gran insatisfacción y queda la sensación de que no era así como se había entendido.
Creo que se miente porque no se le da valor a las palabras. Las palabras han perdido su sacralidad y, por consecuencia, su poder.
En estos nuevos tiempos, en este Renacimiento que está viviendo la humanidad, en que renacen las virtudes de la época clásica, en que hay un cuestionamiento a todo lo que hasta ahora nos parecía incuestionable, es imprescindible otorgarle un gran valor a las palabras. Ser verdadero, ser auténtico, consiste en hacer lo que decimos. Si no lo vamos a hacer, mejor no lo digamos. Así de simple. Si lo dices, hazlo. Así, hablaríamos y prometeríamos menos y nuestra palabra iría cobrando un valor irrefutable e incuestionable.
Ser verdadero se puede lograr. Solo basta no mentir. Nunca. Hacernos esa promesa cada día y cumplirla; es el único camino que conozco.
Los grandes filósofos de Magna Grecia buscaban la verdad con diversos métodos o siguiendo diversos caminos y dejaron muchas teorías que en verdad no han servido mucho; las religiones, tampoco, porque día a día asistimos a un verdadero carnaval de la mentira en las altas y bajas esferas del mundo político, religioso y empresarial. Y a escala individual, los fracasos en las relaciones de pareja, se deben a la mentira concretada en la infidelidad. Es decir, ni la más alta filosofía ni las religiones fueron capaces de formar a seres humanos verdaderos.
Resulta interesante desentrañar el término “sofista”. Sofista es quien utiliza el sofisma para razonar, razonamiento que no está al servicio de la verdad, sino de los intereses del que habla.
Así, sofisma es sinónimo de falacia, engaño, es un argumento que parece válido, pero que no lo es. (Lógica. Silogismo vicioso o argumento capcioso con que se pretende hacer pasar lo falso por verdadero. sofisma s. m. Argumentación falsa, pero de apariencia verdadera, con la que se pretende confundir a otra persona).
Y más notable: “Las falacias son de interés no solo para la lógica, sino también para la política, la retórica, el derecho, la religión, el periodismo, la mercadotecnia, el cine y, en general cualquier área en la cual la argumentación y la persuasión sean de especial relevancia”.
Si estamos asistiendo a un Renacimiento, debemos tratar de que lo que renazca no sean los sofistas, sino los eleáticos, para cuyo más alto exponente, Parménides: “Lo que es, es; y lo que no es, no es”. En su Poema del ser, expone su doctrina reconociendo dos caminos para acceder al conocimiento: la vía de la verdad y la vía de la opinión. El ser es uno, y la afirmación de la multiplicidad que implica el devenir, y el devenir mismo, no pasan de ser meras ilusiones.
"Ea, pues, que yo voy a contarte (y presta tu atención al relato que me oigas) los únicos caminos de búsqueda que cabe concebir:
el uno, el de que es y no es posible que no sea, es ruta de Persuasión, pues acompaña a la Verdad;
el otro, el de que no es y el de que es preciso que no sea, este te aseguro que es sendero totalmente inescrutable."
Para alcanzar el conocimiento sólo nos queda pues, la vía de la verdad. Esta vía está basada en la afirmación del ser: el ser es, y en la consecuente negación del no ser: el no ser no es.
"Y ya sólo la mención de una vía queda; la de que es. Y en ella hay señales en abundancia; que ello, como es, es ingénito e imperecedero, entero, único, inmutable y completo."
Afirma Parménides en estas líneas la unidad e identidad del ser. El ser es, lo uno es. La afirmación del ser se opone al cambio, al devenir, y a la multiplicidad.
Frente al devenir, al cambio de la realidad que habían afirmado los filósofos jonios y los pitagóricos, Parménides alzara su voz que habla en nombre de la razón: la afirmación de que algo cambia supone el reconocimiento de que ahora "es" algo que "no era" antes, lo que resultaría contradictorio y, por lo tanto, inaceptable. La afirmación del cambio supone la aceptación de este paso del "ser" "al "no ser" o viceversa, pero este paso es imposible, dice Parménides, puesto que el "no ser" no es.
El ser es ingénito, pues, dice Parménides ¿qué origen le buscarías? Si dices que procede del ser entonces no hay procedencia, puesto que ya es; y si dices que procede del "no ser" caerías en la contradicción de concebir el "no ser " como "ser", lo cual resulta inadmisible. Por la misma razón es imperecedero, ya que si dejara de ser ¿en qué se convertiría? En "no ser " es imposible, porque el no ser no es... ("así queda extinguido nacimiento y, como cosa nunca oída, destrucción").
“Parménides afirma en el poema la superioridad del conocimiento que se atiene a la reflexión de la razón, frente a la vía de la opinión que parece surgir a partir del conocimiento sensible. Pero el conocimiento sensible es un conocimiento ilusorio, apariencia. Podemos aceptar pues que Parménides introduce la distinción entre razón y sensación, entre verdad y apariencia”.
Magdalena Mattar
Relatora de taller Factor Pitch: potenciando tus ideas.
Cel. (Chile): 72504663