El ser humano por definición es una raza que evoluciona constante y permanentemente: nuestras muelas están desapareciendo, ya no utilizamos el apéndice y lo más probable es que de aquí a algunas generaciones más, tengamos solo cuatro dedos en el pie. Estas son evoluciones de nuestra fisionomía, la cual está en permanente cambio para así poder responder a las nuevas formas en que decidimos vivir. Sin embargo, estos cambios son producto de las decisiones y opciones que como humanidad hemos ido tomando en el tiempo sobre nuestra forma de sobre vivir.
Considero que de esta forma, cada persona, desde el lugar que le toca ocupar en la historia de la humanidad, tiene la responsabilidad de evolucionar, tarea de la cual el emprendedor no está exento, es más, considero que la personalidad emprendedora es una de las que más impulsa este tipo de desarrollo humano.
Desde lo anterior, la responsabilidad es muy grande, puesto que llevar el estandarte de la evolución humana no es un desafío menor, considerando que la posta evolutiva lleva miles de años de historia y que, por otro lado, es importante liderar los temas que guiarán a la humanidad dentro de los años venideros de su desarrollo. Ahora, ¿qué pasa cuando, como personas, vamos evolucionando en nuestra manera de pensar o de ver las cosas?, ¿qué elementos perdemos con el paso del tiempo?
La experiencia me dice que con el tiempo los emprendedores, principalmente los exitosos o los que tienen muchos años de “carrete” en el cuerpo, conservan un factor que considero muy importante para poder seguir desarrollándose: su capacidad de asombro.
Perder la capacidad de asombro, significa hacerse insensible a lo que sucede tanto en la sociedad como a nivel personal, significa perder la humildad con la que se construyen los proyectos. Es por esto que la importancia de llevar una evolución razonable debe contener el compromiso de mantener los elementos antes mencionados como los motores que impulsan la evolución y no como las cosas que desvían nuestros comportamientos hacia un camino alejado de nuestros fines.
José Pablo Vidal Araya