En un país como el nuestro, donde según cifras del Servicio Nacional de la Mujer, uno de cada 3 hogares tienen por jefe de hogar una mujer, me resulta preocupante contrastar estos números con los del Global Entrepreneurship Monitor, Mujeres y Actividad Emprendedora en Chile 2008 – 2009 [1], que nos señala que el 42,4% de las mujeres económicamente activas declara sentir que el temor al fracaso les impide iniciar un nuevo negocio.
A lo anterior debe sumarse el hecho de que la misma fuente señala que las mujeres que son cercanas al mundo del emprendimiento conocen personalmente otros casos de emprendedores, sin embargo, quienes están alejadas de estas actividades, poseen una baja cercanía con personas emprendedoras. Del mismo modo, este último segmento es el más negativo respecto de la visualización de oportunidades.
Si bien reconozco la existencia de barreras externas para el emprendimiento femenino aún en nuestro país, más preocupantes que éstas me resultan las barreras internas que las propias mujeres nos ponemos al momento de enfrentarnos a la posibilidad de llevar a cabo un emprendimiento. La percepción negativa del contexto y la escasa confianza en las propias habilidades para desarrollar una actividad con características emprendedoras terminan siendo muchas veces lo que pone fin a ideas y/o proyectos que nunca llegaron a concretarse, sin siquiera haberlo intentado.
¿Qué sucede entonces con todos esos hijos/hijas que ven en sus madres frustrada la posibilidad de avanzar por el miedo al fracaso? Desde mi experiencia trabajando durante años en el fomento del espíritu emprendedor, el acercamiento a temprana edad a casos de emprendedores y a proyectos de emprendimiento despierta en los jóvenes el interés por el tema y les entrega un posible modelo de proyección de su vida. Es sólo cosa de imaginar entonces la influencia que una madre, tía, hermana o abuela con dificultad para sobreponerse a su temor al fracaso puede influenciar en los niños o jóvenes de su familia.
Los esfuerzos que desde el Estado o desde las instituciones de educación provengan para fomentar el emprendimiento no llegarán a buen término si en nuestras casas, con nuestra familia, no fortalecemos la confianza en nosotros mismos y nuestras habilidades y si no comenzamos a validar el emprendimiento como una opción válida, factible y deseable.
Por eso extiendo una invitación a mi género, que con detalles podemos transformar cualquier lugar en un hogar, a que ahora también con pequeños detalles los transformemos en hogares pro emprendimiento y que la próxima vez que un niño nos pregunte el porqué de las cosas que existen, lo incentivemos a soñar con cosas que nunca han existido y a preguntarse ¿y por qué no?
[1] Fuente: http://www.gemchile.cl/
Autor: Maria Carla Arellano