Recientemente tuve que presentar un proyecto a un Gerente de una gran Corporación, quien me recibió en una confortable oficina, previo a transitar por varios intermediarios.
La idea era discutir algunos detalles técnicos del proyecto para dar inicio al proceso de desarrollo e implementación.
El ejecutivo en cuestión me había dicho hace un mes atrás una frase muy común en estos casos. “No se preocupe, yo estoy a cargo” y me quedé tranquilo esperando resolver las dudas y recibir la aprobación.
Después de contarme de sus éxitos profesionales, los MBA que había hecho, la participación en un proceso de acreditación en una Universidad y lo bien que hablaba inglés, me confesó que el proyecto lo debía aprobar su Gerente.
Preocupado, le recordé su frase en la que me indicaba que el “estaba a cargo”. Muy suelto de cuerpo me dijo que el había querido decir que estaba a cargo de informarme y recibir el proyecto, pero no de resolverlo.
Otro caso me lo contó un amigo. El tuvo que arrendar una oficina cuyo dueño era una empresa. El gerente estaba “a cargo del proceso”. Mi amigo visitó la oficina y estuvo de acuerdo en arrendarla. Le pidió a este ejecutivo “a cargo” que le recibiera un cheque en garantía y le preparara el contrato de arriendo para concretar la operación. El Gerente dijo que el tema lo tenía que resolver su superior cuando volviera de vacaciones. El estaba solo “a cargo” En el caso del proyecto para la empresa, este terminó siendo aprobado por la matriz en Estados Unidos ya que quien estaba “a cargo” tenía autorización para tomar la decisión y el arriendo de la oficina.
Al final la operación no se llevó a cabo, porque el gerente superior ya había decidido por otro postulante.
Estos dos casos sintetizan un fenómeno muy común en nuestras empresas.
Ejecutivos que solo intermedian pero no resuelven nada. Son los Gerentes de cosas sin importancia. Lo malo que se les llama Ejecutivos y les pagan buenos sueldos.
Este tipo de personas que abundan en la jungla corporativa tienen sus días contados, las organizaciones ya no los quieren, los reemplazan por sowftware de gestión o externalizan sus funciones en empresas externas. Sin embargo gozan aún de grandes privilegios, asisten a reuniones, juegan golf, viajan al extranjero, hablan inglés con la matriz y hasta aparecen en los diarios dando consejos para quienes están comenzando en la vida profesional.
Hay muchas universidades que los siguen preparando para ese papel de dramaturgia pasada de moda. Una persona que se ufane de “estar a cargo” a lo menos debe informar al solicitante de sus limitaciones, o en su defecto señalar que el esta a cargo solo de las “cosas sin importancia” y que debe hablar con el que toma las decisiones. Los “estoy a cargo” deben reinventarse, en organizaciones donde solo están estorbando y cumpliendo con una máxima nefasta “para qué hacer algo bien, si se puede hacer mal”. Piense en eso.
Autor: Fernando Vigorena Pérez