Se trata del profesional que actúa como si fuese el primer ser humano sobre la tierra, sin que nadie más existiera. Aquella persona que tiene ego de sobra. Puede ser un trazo de personalidad o una actitud desarrollada a lo largo de la trayectoria profesional. Un rasgo que se ha generado a medida que ha ascendido en la escala corporativa, o ganando mejor sueldo o, finalmente, cuando presenta resultados por encima de la media y que acaba distorsionando su concepto del poder.
De cualquier forma, revela inmadurez, puede perjudicar la relación con el jefe, con los pares y subordinados, y coloca su carrera en riesgo.
Jorge es un caso. Él trabajaba hace cuatro años en una gran empresa como Gerente de Ventas, ganaba el doble que sus colegas gerentes de área, tenía un nombre consolidado en el mercado y creía que nada podría detenerlo.
Me comentaba: “Había actuado de manera extremadamente arrogante en mi medio, creyendo que todas las puertas se me abrirían inmediatamente y que no habría dificultad capaz de colocar en dudas mi talento. No me preparé, por ejemplo, para la tarea de lidiar personalmente con los clientes y con la competencia. Resultado: en menos de cinco años tuve que buscarme otro empleo”.
Hay casos en que el ejecutivo se sube al trono y desde ahí prohibe a su secretaria el contacto con el medio, no recibe llamadas de nadie, menos de sus contactos que no sean propias del negocio. Siempre su secretaria dice que “está en reunión, lo llamará de vuelta”. Su ego le indica que quien lo busca lo hace para pedirle algo.
He visto a muchos profesionales que terminan solos cuando deben enfrentar el mercado laboral por la fusión o los cambios que los dejaron afuera. Son los ejecutivos exiliados que nadie quiere contactar o ayudar. No es lo mismo enfrentar el mercado con el “apellido” de su empresa que hacerlo solo.
Ser Juan Pérez, Gerente de Operaciones de la empresa “X”, es muy diferente que ser Juan Pérez solamente. Ahí es donde valen las redes que lo reconozcan a uno como alguien que ya no está en el paraíso, sino en el mundo donde debe relacionarse con el entorno.
Casos como este hay cientos. En el ambiente corporativo la autoconfianza y la agresividad ayudan a encarar nuevos desafíos, superar obstáculos y cumplir metas. Por eso mismo, hay situaciones en que una actitud activa es valorizada por la organización. El problema es cuando el profesional pierde el control. Quien descalifica a otros y se desentiende, creyendo que es auto-suficiente, termina cavando su propio fracaso. La falta de interacción, cuestionamientos y evaluación del propio desempeño llevan inevitablemente a la pérdida de productividad. El profesional no se preocupa en superarse y paraliza su crecimiento.
La mayoría de los casos son ejecutivos jóvenes que despegan muy rápido en sus carreras y se deslumbran con la responsabilidad que asumen, con el estatus y con la remuneración, sin tener experiencia de vida suficiente para lidiar con eso.
En algunos casos cuando la empresa identifica ese tipo de actitud, el primer paso es abrir el juego con el funcionario e incentivarlo a corregir su propia actitud.
¿COMO SE DETECTA A UN PROFESIONAL CON EL COMPLEJO DE ADAN Y EVA?
Adora la primera persona. El discurso está relleno de “yo”.
Habla más de lo que escucha. Es más bien indiferente a los temas ajenos. Destila veneno.
Burbuja. Está encerrado en ella. No acepta llamadas de nadie, piensa que le van a pedir algo. Se aísla y termina sin redes de contacto.
Reuniones: las adora, no le gusta tratar los temas directamente. No le gusta coachear.
Oposición: se opone a todo, trata de imponer sus ideas.
Tiende a rotular actitudes, resoluciones e ideas como “ciertas” o “erradas”, en vez de proponer una discusión que profundice el concepto expuesto.
Evita elogiar una tarea bien hecha o un resultado positivo que no haya sido alcanzado por él o, por lo menos, que tenga su toque.
Simula indiferencia frente a las buenas ideas propuestas por otra persona para disfrazar el hecho de que no había pensado en eso.
Autor: Fernando Vigorena Pérez