El restaurante era uno de esos sitios acogedores y confortables, en el que apenas se traspasa el umbral ya se adivina que la comida será agradable. Pero yo no estaba para eso, por tanto, no me daba cuenta de lo encantador que era el lugar. La verdad es que me hubiera dado igual que ese almuerzo se celebrara en una cadena de establecimientos de comida rápida. Estaba de mal humor, rabioso y contrariado.
Habíamos llegado con tiempo suficiente y, mientras esperábamos al director comercial de uno de nuestros clientes estrella en el grato rincón en el que estaba ubicada la mesa que nos habían asignado, mi jefe me preguntó si quería tomar algo: “¿Qué quieres?”, dijo en tono distendido.“¿Qué que quiero Juan?, lo que quiero es una subida de sueldo”, me sorprendí diciéndole algo alterado.Me habían contratado hacía algo más de un año, concretamente dieciséis meses atrás, con unas condiciones que se iban a ver acrecentadas tras alcanzar unos resultados planificados, o al menos eso me habían “prometido”.
Mi incorporación a esa compañía había estado motivada por una reacción emocional. Es decir, el denominado síndrome de burnout, o de estar quemado, que padecía en mi anterior empresa había precipitado mi salida aceptando un puesto parecido al que tenía con unas condiciones salariales idénticas en cuanto a retribución fija, pero no así en lo que a variable se refería. Estas cantidades las iba a percibir más adelante, aunque antes mi jefe tenía que haber fijado un sistema de retribución variable por objetivos medible y alcanzable, una tarea que no había realizado y de la que se negaba a hablar.
El efecto cristal
En el entorno actual estamos acostumbrados a vivir pensando siempre en lo que vendrá, no en lo que ahora mismo hay. Esto sucede en todos los ámbitos de la vida. Los estudiantes preuniversitarios viven pensando en cómo será su etapa en la facultad, mientras estamos en la universidad pensamos en nuestro futuro laboral y cuando ya estamos trabajando nos dejamos llevar por los cantos de sirena de cómo será la siguiente empresa. El caso es que esta cadena nos lleva a estar siempre en un futuro, sin tener en cuenta que donde estamos constantemente es en el presente y que dependiendo de cómo lo moldeemos, así será lo próximo que nos espere.
¿Qué queremos decir con esto? Pues que en ocasiones aceptamos las cosas no por lo que son, sino por lo que creemos que pueden llegar a ser.
¿Acertó el protagonista de nuestra historia con el cambio de trabajo? Si lo aceptó pensado en que sus condiciones económicas iban a mejorar porque así se lo imaginaba, mucho me temo que no.
¿Qué vemos cuando miramos a través de un cristal? Sencillamente lo que está al otro lado.
Son muchas las personas que en la vida aceptan situaciones que les han dicho que pueden cambiar. Esto hace que cuando miren a través del cristal no vean lo que hay, sino lo que habrá, es decir, un espejismo.
Si nuestro personaje hubiera atado perfectamente los cabos antes de entrar a trabajar en la empresa, ahora no estaría con esa sensación de angustia. Y no nos engañemos, con quien está enfadado no es con su jefe, sino con él mismo.
Acostumbrémonos a mirar por el cristal y a ver lo que hay en realidad y si queremos un cambio, no lo hagamos sólo en nuestra imaginación, hablémoslo.
No pensemos que las situaciones se transforman solas y que con el tiempo todo será como está en nuestros pensamientos, ya que únicamente nos conducirá a la frustración y al arrepentimiento.
El escritor Enrique Jardiel Poncela dijo que en la vida humana sólo unos pocos sueños se cumplen; la gran mayoría de los sueños se roncan. Este pensamiento tiene que ver con nuestra responsabilidad y papel de acción en su cumplimiento, ¿por qué no lo intenta?
Autor: Helena López-Casares Pertusa / Licenciada en CC de la Información, editora senior de la colección acción Empresarial de LID Editorial.