Los técnicos se burlan de los asesores legales de la compañía, despreciando el desconocimiento de éstos sobre la densidad del cartón utilizado en el embalaje; los asesores legales lanzan comentarios irónicos acerca de la gente de marketing, quienes no valoran la importancia de los aspectos jurídicos implicados en las alianzas comerciales; los de marketing se ríen de los técnicos porque éstos no son capaces de comprender que de lo que se trata es de ganar dinero, y los comerciales se cachondean de todos los anteriores por cualquier motivo que se les ocurra (y ojito, porque los comerciales suelen ser muy ocurrentes).
Para nadie es un misterio que la formación que se requiere para la mayoría de los trabajos exige un nivel de especialización importante. Las innovaciones técnicas, las variables jurídicas o los cambios de tendencia del mercado, hacen que el conocimiento que teníamos esta mañana esté poco menos que obsoleto al mediodía. Ante este reto, sólo se plantean dos opciones: o lo sabes todo, o finges que lo sabes todo. La opinión dominante afirma que la primera opción es de imposible realización y que la segunda es sencillamente inmoral. Pero hay otras opciones.
Cuando uno advierte que su formación es insuficiente, ha llegado el momento en que tiene que empezar a pensar de verdad. Y no es broma. El exceso de conocimiento, o mejor todavía, la calidad del conocimiento adquirido, puede provocar que la persona no se plantee en lo más mínimo la necesidad de innovar en su forma de pensar, actuar o decidir, y de ahí los típicos conflictos internos entre los responsables de distintas funciones dentro de una organización. Si contemplamos estos panoramas conflictivos a vista de pájaro, identificamos sin dificultad a grupos de personas que se encuentran firmemente decididas a no cambiar, mientras, sin que lo adviertan, el mundo se va modificando a su alrededor a gran velocidad, y los competidores (personas u organizaciones) te van adelantando por la derecha a tal velocidad que acabas creyéndote que estás parado.
Lo que sucede es que resulta difícil saber cuánto saben los demás y acerca de qué. La gente no para de mentir, pero el efecto de las mentiras apenas se percibe, porque en el fondo, nadie escucha (¿nunca te habías dado cuenta de que tu coche gasta más combustible y aceite que todos los demás?). Sin embargo, los auténticos líderes mantienen las antenas desplegadas a la busca y captura de de talentos. Aprenden de ellos, trabajan con ellos, y por supuesto, ganan con ellos. Yo creo que no la receta más efectiva para convertirse en un perdedor consiste en trabajar con gente más estúpida que uno mismo. Y el caso es que la gente prefiere trabajar con gente realmente estúpida a fin de demostrar a los demás que ellos son los listos. Pues mira por donde, pero resulta de que de lo que se trata es de todo lo contrario: los ganadores se juntan con gente mejores que ellos mismos.
Un líder no necesita ir presumiendo por ahí, ya que le basta hacer lo que tiene que hacer, del mismo modo que Naomi Campbell no tiene que ir por ahí explicando a la gente que está como un tren; basta con echarle un vistazo en directo y sobrevivir a la taquicardia subsiguiente.
Si aplicamos debidamente nuestro talento, seremos capaces de descubrir que a nuestro alrededor hay mucha gente mejor que nosotros, al mismo tiempo que excelentes líderes que nos están buscando porque somos mejores que ellos en ciertos aspectos. Lo difícil es que los unos y los otros se encuentren entre sí, porque muchos son los llamados… pero pocos se encuentran en sus despachos en ese momento.
Autor: José Hermida / Acción Training - FormaConsultores S.L. Web: http://www.formaconsultores.com
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